Pasaje Voltaire

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El Pasaje Voltaire:

Palermo Hollywood tiene sus secretos bien guardados, y uno de ellos es el Pasaje Voltaire, un rincón encantador que, con apenas dos cuadras de longitud, resiste estoico entre Arévalo y Carranza, con una breve interrupción en Emilio Ravignani.

El Pasaje Voltaire es un lugar fascinante que transporta a sus visitantes a otra época. Con su arquitectura de estilo europeo y sus adoquines en el suelo, evoca la nostalgia de tiempos pasados. A pesar de estar rodeado de bullicio y actividad, el pasaje conserva una atmósfera tranquila y acogedora. Es un refugio perfecto para aquellos que buscan un respiro del ajetreo de la ciudad. Además, este pequeño rincón también alberga una variada oferta gastronómica y cultural, con restaurantes, bares y galerías de arte que deleitan a los visitantes. Sin duda, el Pasaje Voltaire es un tesoro escondido que vale la pena descubrir en Palermo Hollywood.

Su traza, arbolada y perfumada por bergamotas, limones, naranjas y mandarinas, lo convierte en un refugio de calma al costado del incesante bullicio porteño. Las casas que lo custodian, con sus más de 70 años de historia, lucen colores que parecen salidos de la paleta de un pintor impresionista: blanco, negro, azul, amarillo y rosa. No hay uniformidad ni pretensiones, solo identidad.

El pasaje es como un oasis en medio del desierto citadino, donde los aromas frutales y la exuberancia de la vegetación ofrecen un respiro ante el caos del tráfico. Las casas, con su diversidad cromática, son como pinceladas en un lienzo que cuentan historias de un tiempo pasado sin tratar de encajar en moldes.

Un Homenaje a la Razón

El pasaje recibe su nombre por una ordenanza del 30 de octubre de 1914, rindiendo tributo a François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire. Filósofo, escritor y eterno irreverente, fue una de las voces más filosas del Siglo de las Luces. Sus obras, como Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones, Diccionario filosófico y Cándido, siguen vigentes como dagas de pensamiento crítico.

No hay uniformidad ni pretensiones, solo identidad. El pasaje es como un oasis en medio del desierto citadino, donde los aromas frutales y la exuberancia de la vegetación ofrecen un respiro ante el caos del tráfico. Las casas, con su diversidad cromática, son como pinceladas en un lienzo que cuentan historias de un tiempo pasado sin tratar de encajar en moldes. El pasaje recibe su nombre por una ordenanza del 30 de octubre de 1914, rindiendo tributo a François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire. Filósofo, escritor y eterno irreverente, fue una de las voces más filosas del Siglo de las Luces.

El propio seudónimo «Voltaire» es un enigma en sí mismo. Algunos dicen que derivó del apodo familiar Petit Volontaire (el pequeño voluntario), otros sostienen que es un anagrama de Arouet le Jeune (Arouet, el joven). Existen teorías más audaces: que era el nombre de un feudo materno o incluso que jugaba con la expresión «vouloir faire taire» (querer hacer callar), en un guiño desafiante a sus censores. Sea como sea, el tipo se aseguró de no ser olvidado.

Un Pasaje con Alma

Voltaire, el hombre, desafió a monarcas, inquisidores y dogmas con la pluma. El pasaje que lleva su nombre desafía la vorágine urbana con su propio carácter: discreto pero inolvidable, clásico pero con personalidad. No es una calle, es un susurro entre tanto grito. Un lugar para perderse y reencontrarse, entre el perfume de los cítricos y el eco de una historia que, como su ilustre inspirador, se niega a desaparecer.

Voltaire, el individuo, desafió a gobernantes, inquisidores y creencias establecidas a través de su escritura. El pasaje que lleva su nombre desafía el bullicio urbano con su carácter único: discreto pero inolvidable, clásico pero con personalidad propia. No se trata solo de una calle, sino de un susurro en medio de tantos gritos. Es un lugar para perderse y encontrarse nuevamente, entre los aromas cítricos y el eco de una historia que, al igual que su ilustre inspirador, se niega a desvanecerse.