El Monumento a Justo José de Urquiza es una escultura realizada en su honor, ubicada en el barrio de Palermo en Buenos Aires, Argentina.
Justo José de Urquiza (Talar de Arroyo Largo, hoy Arroyo Urquiza, Entre Ríos, 18 de octubre de 1801 – Palacio San José, cerca de Concepción del Uruguay, 11 de abril de 1870) fue un militar y político argentino. Fue varias veces gobernador de la provincia de Entre Ríos y presidente de la Confederación Argentina entre 1854 y 1860.
El monumento, obra de los escultores Renzo Baldi y Héctor Rocha, fue inaugurado en 1958. En los costados del basamento se observa una escena de la batalla de Caseros, que tuvo lugar el 3 de febrero de 1852, en la cual Urquiza venció al gobernador de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas. En el basamento también se observa una escena de la sanción de la Constitución Argentina de 1853, que tuvo lugar el 1 de mayo de ese año.
Rinde homenaje a Justo José de Urquiza, caudillo entrerriano que venció a Juan Manuel de Rosas en la batalla de Caseros en 1852, obligándolo a abandonar el gobierno de la provincia de Buenos Aires y a exiliarse en Inglaterra. Urquiza fue el primer presidente de la Confederación Argentina, luego de haber sido aprobada la Constitución de 1853. El monumento es obra de los escultores Renzo Baldi y Héctor Rocha y fue inaugurado en 1958. En uno de los costados del basamento se observa en relieve una escena de la Asamblea General Constituyente de 1853.
Historia del edificio/monumento
Inauguración 1958
Autor Renzo Baldi y Héctor Rocha
Purvis, el leal perro de Urquiza que se convirtió en una pesadilla para sus enemigos y aliados
El inseparable compañero del entrerriano causaba terror entre sus enemigos y aliados. La táctica con la que Sarmiento lo «evitaba».
El perro es comúnmente conocido como el «mejor amigo del hombre», dueño de una fidelidad inquebrantable han logrado hacerse un lugar en la historia al lado de amo. Este fue el caso de Purvis, el temor de cualquier aliado o enemigo de Justo José de Urquiza.
Purvis era un mastín uruguayo ya que el caudillo lo encontró en territorio de la Banda Oriental cuando era un cachorro. Desde ese día y hasta su muerte, solo respondió a él.
El origen del nombre
Su nombre se lo debe a John Brett Purvis, un almirante inglés que participó en el bloqueo anglo-francés de los puertos de Montevideo y Buenos Aires en 1843.
Años después el perro pasaría a ser más famoso que su tocayo humano y no precisamente por su simpatía.
Domingo Faustino Sarmiento describió en «Campaña en el Ejército Grande» la devoción que el can tenía para con su dueño y el pánico que generaba entre aquellos que se le acercaban.
Este «enorme perro», así lo presentaba, «muerde horriblemente a todo el que se acerca a la tienda de su amo», comentaba quien llegaría al sillón de Rivadavia. «Esta es la consigna. Si no recibe orden en contrario, el perro muerde”, escribió.
Purvis, como buen perro, solo obedecía a la orden de Urquiza. Si escuchaba un «¡Quieto, Purvis!», el animal dejaba de ser una amenaza de manera casi instantánea.
Perro de batallas
La fidelidad de Purvis no solo se ponía a prueba durante las tardes en el Palacio San José, sino que también lo seguía hasta en las batallas. A diferencia de otros perros, que se asustaban con cañones o disparos, nada parecía inmutarse.
Como ejemplo está el combate de India Muerta, un proyectil de cañón impactó cerca de donde estaba; y si bien lo apartó unos metros, dicen que se incorporó como si nada.
“Un gruñido de tigre anuncia su presencia al que se aproxima”, dejó asentado Sarmiento. “Un ¡Purvis! del general, en que le intima quedarse quieto, la primera señal de bienvenida”, señalaba el Padre del Aula sobre fiereza del animal.
Sarmiento logró obtener un ranking de las víctimas predilectas del animal: a Ángel Elías, secretario de Urquiza, le dejó la marca de sus colmillos; al barón de Grati lo atacó cuatro veces y hasta Pedro Teófilo, hijo del caudillo, tampoco pudo evitar ser mordido.
La travesía de visitar a Urquiza
Para la segunda mitad del siglo XIX, desplazarse hacia distancias largas en carruajes podía significar lo más difícil y cansador. Pero cuando había que ir a la carpa o despacho del caudillo, la presencia de su mejor amigo era la mayor amenaza.
Sarmiento, otra vez, lo explica muy bien: “Que se imagine cualquiera las emociones que debía experimentar cada ciudadano argentino al penetrar en aquel antro, con el sombrero en la mano, los ojos fijos en el monstruoso perro, su salvación pendiente de un grito dado un segundo más tarde del momento oportuno, mostrando ante un extraño síntomas de terror que nos presentaban en una luz desfavorable y a veces ridícula”.
El sanjuanino fue la víctima que Purvis nunca pudo «atrapar». La vez que le tocó ir a la tienda de Urquiza, lo hizo con su mano derecha sobre el puño de su sable en una clara señal desafiante para con el perro.
No había que ser muy inteligente para darse que el presidente de la Confederación Argentina lo utilizaba para dejar en claro a qué personaje le caía simpático o no. Si dejaba que muerda a la persona era porque no era de su simpatía, mientras que al revés era una señal de aprobación.
Inmortalizado
La figura de Purvis era tan fuerte que quedó registrada en varios cuadros de los pintores más destacados de la época. Juan Manuel Blanes pintó varios óleos referidos a la batalla de Caseros donde no pudo faltar el gran actor secundario de aquella jornada.
Carlo Penuti, artista italiano, tampoco se olvidó del perro en algunas de sus obras.
Purvis ya había muerto cuando su amo fue asesinado en San José. Quizá en el eterno descanso si pudo tomarse revancha de Sarmiento.