Val d’Osne: El arte de hierro que nos plantó belleza en el medio del barro
Si andás caminando por algún parque porteño o una plaza con ese aire a épocas doradas, seguro te cruzaste con una de esas fuentes o esculturas que parecen salidas de un cuento europeo. Pero, ¿sabías que muchas de esas obras llevan el sello de la Fundición Val d’Osne? Sí, maestro, hablamos de una fábrica francesa que, entre el siglo XIX y principios del XX, supo exportar belleza y arte en hierro fundido a todo el mundo, incluida nuestra querida Buenos Aires. Ahora, aguantá que te cuento más.
El arte que vino en barco
La Fundición Val d’Osne nació allá por 1836 en Francia, en un pueblito con el mismo nombre, en la región de Haute-Marne. Se dedicó a fabricar piezas de hierro fundido que eran un lujo: desde faroles y rejas hasta fuentes y estatuas que hoy son verdaderas joyas del espacio público. Y ojo, no eran cosas de segunda, eh. Estas obras eran diseñadas por artistas de renombre como Mathurin Moreau o Bartholdi, ¡el mismo que hizo la Estatua de la Libertad! Todo un golazo de media cancha.
La exportación más ornamental
En la época en que el comercio internacional empezaba a marcar la cancha, Val d’Osne mandaba sus creaciones a los rincones más insólitos del mundo. América Latina fue uno de sus mejores mercados, y aquí en Argentina pegó fuerte. Ejemplo claro: la Fuente de las Nereidas, diseñada por nuestra genia Lola Mora y producida por esta fundición. ¿No es un ícono? Está bien plantada en Costanera Sur, siendo testigo de mil historias porteñas.
De Europa al corazón porteño
El hierro fundido de Val d’Osne también llegó al Parque Lezama y otras plazas icónicas de Buenos Aires. Este material, que se moldeaba como si fuera arcilla pero con la resistencia de un defensor central en un clásico, era el elegido para adornar el paisaje urbano con estilo. Las obras mezclaban clásico, renacentista y hasta un toque de Art Nouveau, todo para que hasta el más distraído levante la vista y se lleve un “¡guau!”.
El ocaso del hierro y el auge del plástico
Como todo buen ciclo, la historia de Val d’Osne también tuvo su final. Con la llegada de materiales más baratos y de menor calidad (¡maldito plástico!), la demanda de hierro fundido ornamental cayó en picada. Pero tranquilos, que las obras de esta fundición todavía resisten el paso del tiempo y se mantienen firmes como los ideales de los que sueñan con una ciudad más linda.
Reflexiones al borde del adoquín
Acá va una para pensar: ¿No es curioso que estas piezas de arte hechas hace más de 100 años sigan decorando nuestras plazas, mientras que lo moderno se desmorona en una década? La fundición Val d’Osne no solo creó estética, también dejó una lección: la verdadera belleza está en lo que se hace con dedicación, tiempo y respeto por el arte.