La residencia de Palermo de Rosas, estaba ubicada en Libertador y Sarmiento.

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Rosas

El Restaurador de las Leyes fue uno de los personajes políticos más importantes del siglo XIX, figura amada y odiada se convirtió en un símbolo del poder de Buenos Aires con decisiones que no lo escaparon a la polémica. Su vida personal no fue ajena a esto con disputas familiares y una doble vida que no hace mucho, poco se sabía.

El 11 de noviembre de 1875, el presidente Nicolás Avellaneda inauguró en Buenos Aires el Parque Tres de Febrero –más conocido como Bosques de Palermo-. Su antecesor, el Presidente Domingo Faustino Sarmiento había aprobado su construcción un año antes y simbólicamente le había dado inicio plantando un jacarandá en las tierras que habían pertenecido a Juan Manuel de Rosas. A su turno, Nicolás Avellaneda, lo dio por inaugurado plantando un «magnolio americano de la selva virgen» que aún se conserva.

Con más de 80 hectáreas, fue diseñado por el ingeniero polaco Jordan Wysoczi y contiene alrededor de 1.000 árboles, dos lagos artificiales, un jardín de rosas y es uno de los mejores lugares para la observación de aves en Buenos Aires, con rapaces, garzas, loros, pájaros carpinteros y gorriones.

Dentro del parque también se encuentra El Rosedal, un jardín con más de 12.000 rosales, y el Planetario Galileo Galilei, que recrea estrellas y constelaciones.

«La Gran Aldea».

Rosas habitaba este lugar cuando no estaba en su casa de Bolívar y Moreno, que en ese momento era el centro de «La Gran Aldea».
Para esa época las familias más importantes de la elite porteña tenían sus residencias en la elegante «La Gran Aldea» de Barracas, pero el Gobernador prefería la soledad, al contacto con las familias adineradas de Buenos Aires.

En el año 1836, Rosas compró los terrenos donde realizaría la construcción de su casa, en uno de ellos se encontraba la Capilla de San Benito de Palermo y es por esta razón que muchas veces se menciona la casa del Brigadier con este nombre.

San Benito de Palermo era el santo de la población afro. Por lo tanto, no es extraño que se haya encontrado un muñeco vudú tras una excavación junto a uno de los lagos de Palermo, donde por muchos tiempo estuvo la capilla de San Benito de Palermo, como testigo y prueba de la presencia afro y afroargentina en la zona, así como de aspectos de su cultura comunes también a otras regiones de Latinoamérica.

Este sector había sido señalado por Garay para chacras hasta que en 1540 Juan Domínguez Palermo las unificó. Se extendóan desde Retiro hasta Palermo, delimitadas por las calles Cabrera, Coronel Díaz, Avenida del Libertador, Tagle y Agüero.

Los suelos eran arcillosos y arenosos y la casa de Rosas se realizó con barro traído de lo que hoy conocemos como bajo Belgrano. Terminó de construirse en 1838, pero en el año 1843 se realiza la segunda ampliación, siendo su mentor el Maestro Miguel Cabrera. Realizándose con excelentes materiales, fue considerada la mejor casa en América.

La casa era un enorme edificio de una sola planta rectangular de 78m x 76m. El techo tenia azotea y barandas de hierro. Tenia salón de fiesta y la habitación de su hija Manuelita daba a la actual Av. Libertador.
l dormitorio de Rosas miraba al río. Su habitación tenia una cama de bronce, un armario en la pared, sobre la estufa un gran espejo. En el centro de la habitación su escritorio y dos chifoniers de caoba.

El salón de recibo estaba al oeste, y en él abundaban los espejos y los muebles de caoba.

En la parte sur había una capillita. Los pisos eran de baldosas y los cielos rasos de madera pintada de blanco, el alumbrado se hacia con lámparas de aceite.

En los amplios jardines y parques se podían ver avestruces, teros, gavilanes y pájaros de hermoso plumaje.
e arreglaron y rellenaron los intransitables caminos de entrada y los laterales cubriéndolos con conchillas blancas, llamado «macadón de conchillas», que daba solidez y durabilidad.


Mediante la canalización de un arroyo que circulaba en línea recta hacia el Río de la Plata, se creé un estanque. Este será el primer lago artificial de la ciudad, de 100 varas de largo. De libre acceso, era una de las atracciones de Palermo.

Después de la caída de Rosas en la batalla de Caseros, el General Urquiza, a cargo del Gobierno de la Confederación, se instala en Palermo de San Benito.

La casa de Rosas tuvo, a partir de allá, diferentes usos: Colegio Militar entre 1870 y 1892, Escuela Naval, Regimiento 1 de Artillería, Tiro Federal y Cuarteles de la Guardia de Seguridad.

El 25 de junio de 1874, se promulga la ley que da origen al Parque Tres de Febrero, el cual fue inaugurado por Sarmiento el 11 de noviembre de 1875. El Presidente Roca ordena dinamitar la casa el 3 de febrero de 1899.
Se cree que los portones de entrada al parque eran los mismos que estaban en la casa de Rosas. Estos portones fueron demolidos en 1917.

Solo queda, como testigo, una de las puertas de acceso al parque, que se puede observar hoy delante del zoológico de la ciudad de Buenos Aires.


En 1999 se erige un monumento ecuestre evocando a Juan Manuel de Rosas, obra del escultor Ricardo Dalla Lasta

Historia de los barrios porteños.

Existe un barrio que conjuga multiversos de Buenos Aires. Palermo es el barrio  más extenso.

Ya desde el mismo inicio, Palermo se hunde en los pantanales de la memoria, con una existencia que se me hace cuento. Jardín de las delicias de poetas, locos, locos y náufragos.  A no saber a ciencia cierta por qué se llama cómo se llama, pasando por la disputa de la cuna del Tango, a los límites imprecisos que el habla cotidiana imprime; el barrio habita distintos horizontes. Uno son los de Domingo Faustino Sarmiento, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, otros son los de Juan Manuel de Rosas, William Morris y Enrique Santos Discépolo. Tampoco a primera vista parece concordante en un extremo cercano al río, con un moderno aeroparque y un club de pescadores estilo Tudor,  y cercano, el antro de las máximas pasiones históricas argentinas, el turf. O que de un lado se erijan de las mansiones más suntuosas, en el llamado Barrio Parque, que hasta tuvo una pista techada de carreras de automóviles, y viajando imaginariamente hacia el hoy entubado arroyo Maldonado, el temible malevo barrio Tierra del Fuego y, con el aluvión de la inmigración posterior, los últimos italianos que juraron fidelidad a la monarquía peninsular en 1946.

O que convivan casas de gansos y patos. “El barrio fue siempre naipe de dos palos, moneda de dos caras”, retrataría Borges a Palermo, en el recuerdo infantil del paso de los tahúres y compadritos más allá de la pesada reja paterna de Serrano, hoy Borges al 2300. Rumiando la explosión inmobiliaria y comercial de los Palermos, en plural, en infinito, el espíritu aventurero hallará que todas “las calles de Buenos Aires/ ya son la entraña de mi alma”.

Con respecto al nombre surgen dudas, con un iniciador único en el embrollo, el Restaurador de las Leyes Don Juan Manuel de Rosas. Tan orgulloso estaba de la propiedad que adquirió en 1836 o 1838, y que llevó una década instalar la famosa residencia en ala sudeste en las actuales avenidas Libertador y Sarmiento, que alcanzaba las 541 hectáreas, con jardínes, lagos y zoológico incluído; que firmaba Rosas la documentación con el infaltable Palermo de San Benito. No Buenos Aires. Aunque a veces invertía el orden para mayor confusión de los historiadores, que se metían además con las palabras de la hija Manuelita, que bajo el Aromo del Perdón -a los perseguidos y condenados de su padre-, difundía una versión de una anciana venida con Pedro de Mendoza, que extrañaba Sicilia, así nombra uno de los arroyos Palermo; y de una incontrastrable iglesia de los negros consagrada a San Benito, cercana al matadero de la Recoleta. Nada recordaba de las primeras divisiones concretas hechas por Juan de Garay a la familia Saravia, una de cuyas hijas casaría con un italiano parte del primer Cabildo -Sicilia conformaba el imperio español-, de nombre Juan Domínguez…de Palermo.

Tampoco que los primeros habitantes del Monte Grande porteño fueron guaraníes y nómades querandíes. Varios de estos descendientes nativos más de dos siglos después colaboraron en el arduo trabajo de nivelación y reforestación de la época de Rosas, que daría el entorno verde que conocemos a Palermo, en dirección al río. Consta en documentos del 1600 que a la zona se la conocía como “lo de Palermo”, que en 1808 se ofició el nombre como Partido -junto a San José de Flores y Belgrano serán los pueblos-barrios que impulsaron el desarrolló urbano-, y en 1821 el gobierno de Buenos Aires designa el primer alcalde.

“Cada generación vendrá a mezclar verdades”

El por qué del día del barrio está ligado al acérrimo opositor a Rosas, Sarmiento; ambos coincidentes en su aquerencia con esta poco hospitalaria región de pantanos y lagunas. Fue su acción decidida en la prensa y en el gobierno que promovió la muy discutida sanción de la Ley N° 658 de creación del Parque Tres de Febrero -sugestión de Vicente Fidel López, en recuerdo de la batalla de Caseros, y cuyo padre, letrista del Himno Argentino, cantaba loas en esos jardínes a Don Juan Manuel-, el 25 de junio de 1874.

Desde hacía unos años funcionaba el Colegio Militar en lo que fue la residencia principal de Rosas, tomando también las edificaciones cercanas como la primitiva casa primera de Rosas; contigua a lo que sería el famoso Café de Hansen para la historia del Tango.

De todos modos en ese momento lucían un lamentable estado de abandono la frondosa vegetación de los paseos y jardínes, agravados por las periódicas inundaciones, que desbordaba hasta la actual avenida Santa Fe. Sería el 11 de septiembre de 1875 inaugurado con grandes pompas el Parque, con sus característicos portones -lamentablemente demolidos en 1917, iniciáticos del sistema de transporte público moderno con el primer tranvía eléctrico (1897),  aunque similares al portón aún existente en el Ecoparque-, las famosas “escobas de Sarmiento”, las palmeras que importó el prócer, y un diseño semejante a las grandes capitales europeas, perfeccionado luego en el genio de Carlos Thays. Aún preservan aroma fresco las palabras del presidente Avellaneda, “Cada generación vendrá a mezclar verdades, sueños, pasiones, al movimiento de hojas de sus árboles, hasta la naturaleza y el hombre, con sus estrechos enlaces y sus afinidades íntimas, desciendan igualmente bajo el eterno reposo”, cerraba del primer pulmón de la ciudad, asociado desde siempre al descanso, el ocio y el deporte al aire libre.

En 1888 el intendente Antonio Crespo completaría la obra con el Zoológico y el Jardín Botánico, éste que fue construído sobre un antiguo polvorín, y que conserva, dicen, alguno de túneles de los tiempos del rojo punzó. Para Borges el Botánico sería un “astillero silencioso de árboles”. En 1914 la inauguración del Rosedal daría de los paseos más característicos a las familias y turistas. Se estima que dos millones y medio de personas disfrutan anualmente del verde de los Bosques de Palermo.

Entre tanto, alrededor un barrio crecía tímidamente, oculto entre la fronda y palenque en puerta, y subsistía de las fábricas que iban apiñándose en el arroyo Maldonado. Por otro lado, se proyectan residencias lujosas en Palermo Chico, loteado en 1913; denominado así en recuerdo de cómo se identificaba la quinta del sargento Mariño, un fiel rosista. Muchas de estas familias, en particular sus niños bien, iban al cabaret Armonenville, en Tagle y Libertador, espacio privilegiado de la Vieja Guardia tanguera, y en el cual debutaría el dúo Gardel-Razzano en 1914.

“Historias de triunfos y derrotas que cundían con la fuerza de susurros”

Siguiendo barranca arriba, por la actual Santa Fe, aparecería en 1877 la Penintenciaría Nacional, que tantas veces sería escenario de libros y películas -y decenas de fusilamientos de opositores políticos y delincuentes comunes-, demolida en 1962 para abrir la actual Plaza Las Heras. Y la Cervecería Palermo, cerrada en 1977 y actual shopping, que hizo progresar el barrio de casas bajas, al igual que la acción comunal de la parroquia de Guadalupe, que tendría su basílica en 1907. Su microbarrio es identificado como Villa Freud, en la ciudad que más sicólogos posee en el mundo por habitante, y que tuvo un asiduo caminador de sus callecitas, observador de los tipos porteños que resultarían indelebles, el poeta de la calle Honduras, Evaristo Carriego -se conserva la casa, hoy biblioteca cerrada- Un poco más allá, en las inmediaciones de la actual plaza Julio Cortázar, en 1885 un emprendimiento de barrios obrero, trabajadores ligados a las curtiembres y las industrias alimenticias de la zona, fundaría el microbarrio más antiguo, Palermo Viejo.  Éste sería el escenario de la tarea filantrópica y educativa que desarrolló el predicador anglicano William Morris, que vivió humilde en un conventillo de la calle Uriarte al 2400, y que fundó y sostuvo, sin apoyos mayores del Estado, escuelas, talleres, bibliotecas, museos, laboratorios y un internado modelo de niños. Un inglés que hizo Patria en la mismas cuadras que Borges fundaba míticamente Buenos Aires, limitado por la avenida Córdoba, Godoy Cruz, Charcas y Julián Álvarez.

En Palermo también se encuentra el coqueto hipódromo inaugurado en 1876, que en sus inmediaciones, actual moderno microbarrio Las Cañitas, llamado así por los abudantes cañaverales antiguos, supo desplegar establos y caballerizas, peones y reseros; y que cobijaba famosos cafés como el Agua Sucia -ahora plaza Falucho-, aquel que mejor conjugó las tres pasiones de los porteños de funyi a lo Maxera: tango, turf y fútbol. O el Palacio de los Patos y el Palacio de los Gansos, que eran departamentos para clases pudientes venidas a menos luego del crack del 29. Pato era pobre, ganso era tonto; nada parecido a los actuales propietarios de clase media-alta de la calle Ugarteche. Y sin embargo, frente a la “monotonía, bochinche y estupidez” que Sarmiento criticaba visionario a los nuevos pobladores de Palermo en 1883 (sic),  subsiste para ese barrio en el imaginario “patios de parra y aljibe, por el cual se derramaba el cielo en la casa de familias sentadas de noche en las veredas, de historias de triunfos y derrotas que cundían con la fuerza de susurros. Palermo era “las orillas”, con sus crepúsculos llameantes y sus noches flanquedas de aullidos lejanos”, rememoraba Delfín Leocadio Garasa el arrabal del compadraje y la costurerita desde la esquina rosada. Palermo no es un sucesión indiferente de locales y bares en inglés, son los portones, lo de Hansen, el Rosedal, Plaza Italia, el Tattersall, el bar El Taller y la Cervecería, son los italianos defensores de la monarquía y los polacos judíos escapados del pogrom, son Haroldo Conti y Macedonio Fernández, Palermo son hechos y vidas clavadas amorosas en el alma porteña.